Motel, otra vez

Por Andrés

 Pequé, no me reten.

 Con él venía intercambiando guiños hace mucho: un tipo rubio que aparecía y desaparecía con frecuencia del Manhunt. Tenía muchas fotos de él en el norte, en el sur y en la Isla de Pascua, se notaba que viaja, quizás por trabajo, quizás por placer, no tenía idea.

 Un día de esos empezamos a hablar con más frecuencia, me dijo que era buzo táctico y que trabajaba para una agencia portuaria, que había estudiado en la armada y que tenía que permanecer dos meses en Caldera trabajando para la termoeléctrica que están haciendo allá. La semana pasada me llamó diciéndome que vendría a Valparaíso por algunos días para el cumpleaños de su viejo, por Whatsapp me mandó varias fotos de él sin ropa, mostrando su humanidad gruesa y fornida, perfecta y bien formada por el mar y por el traje de neopreno. Me incitó a pecar, me hizo mandarle fotos mías, fotos mías de cuerpo entero, de mi dick, de cara, de todo.

 Ayer por la tarde me llamó y me invitó a un motel, y como no tenía nada más que ganas de follar accedí: hoy cancelé todos mis planes en la u, compré más condones, me duché profusamente y a las cuatro de la tarde llamé a mi vieja.

 -¿Préstame el jeep un rato? tengo que ir a la universidad y hacer unos trámites y no quiero ir caminando, me queda lejos.

 -Sí claro, ven a buscarlo al local, ¿cómo a qué hora?

-Ahora

 Con él me encontré en el casino, era más bajo de lo que pensaba. Le dije que fuéramos en mi auto, así el control lo tendría yo y no él. Se subió al jeep y solo sentí un fuerte olor a marihuana. No quise preguntarle nada porque pensaba quizás sería una ofensa para él, así que seguí marcha hacia afuera de Viña al motel de mala muerte al que ya había ido una vez.

 Entramos, nos metimos en la cabaña, guardamos el auto, corrimos la cortina y nos encerramos adentro. Lo primero que hizo fue agarrar un pucho e irse al baño. Yo me quedé afuera, fumándome un pucho y pensando que si lo que estaba haciendo era bueno o malo.

 No pude pensar mucho, salió al ratito y apagué el pucho en el suelo (total, para eso uno paga). Se dio vuelta mientras guardaba sus cosas en la mochila y le agarré el poto, le bajé los pantalones y comenzó todo.

 Lo desvestí completo, su cuerpo era genial, era perfecto: tenía su cierto porcentaje de grasa mezclado con musculatura perfecta, estaba bien hecho. Le miré todo con detención y le vi, en el medio de su pene, una "espinilla". Ahí me bajó el miedo al VIH, a las enfermedades, a la muerte, a pegarme algo. Le sentí en la piel ese olor matón al SIDA, ese olor raro entre colonia Coral, humo, cebolla y químicos que emanan los retrovirales. Tenía miedo hasta que me besó, me bajó los pantalones y me la chupó: terminé por olvidarlo todo.

 Estuvimos tirando dos horas, le dí como caja. Era impresionante como un ex marino, un actual faenero, hombre de mar y masculino se había convertido en una perra, en mi perra. Gimió de dolor, de placer, de gusto, de cansancio. Me besó como si deseaba sacarme lo mío más allá de lo carnal. Sentí que todo lo de él me pertenecía, lo había vuelto maraco usando el pene y me sentí poderoso.  Me di cuenta que no soy adicto a los orgasmos: yo soy adicto a la posesión.

 Hicieron las 7 de la tarde, desde la ventana se veía todo oscuro. Me duché con un jabón Protex que había llevado desde la casa. Desinfecté toda mi ropa con un Lysoform, me sequé con una toalla que también llevé y me vestí. Estaba ordenando mis cosas para irnos cuando él, ya vestido y bañado, me ofrece jalar. De su billetera sacó un papel blanco y con su licencia de conducir jaló. Yo lo miré asustado, me dio la misma sensación que tenía cuando era chico y veía a alguien de mi edad hacer algo solo para mayores. Sentí miedo, solo le pedí que nos fuéramos rápido.

 Íbamos de vuelta a la ciudad, en el camino conversamos de orgías y carretes tránfugos. El tipo este iba duro, se estaba poniendo violenta una conversación sencillísima, ya veía que en cualquier momento me haría algo porque realmente iba duro duro. Traté de disipar la conversación en algo más suave, onda comida y weás.

 -A mí me encanta comer, me encanta. Me encanta venir al casino a jugar un rato y comer.

 -¿Y no carreteas en otros lados?

 -A ver cómo, ¡cómo querí po! si no tengo amigos acá po weón, si yo trabajo en el norte.

 -Ah dale.

 -Aunque la comida es mala, es mala acá en el casino, me carga. ¿Me recomendai algo?

 -¿Cómo qué tipo de comida te gusta?

 -Me gusta toda, me gusta las carnes a la espada, me encanta la carne a la espada, en Antofagasta hay un restaurant de comida brasileña. ¿Acá hay?

 -Sí si hay, pero no es buena.

 -¿Cómo que no es buena? la comida brasileña es súper buena.

 -Sí, pero el restaurante es malo. Perro, aquí te dejo yo, van a ser las ocho y tengo que ir a comprar al supermercado.

 -Ya dale, oye la pasamos rico.

 -Sí, super rico. ¿Cuándo vuelves?

 -Me voy mañana, vuelvo en septiembre.

 -Ah dale. Ya perro, nos vemos. Chao... AH OYE, SI QUERÍ COMER BUENA COMIDA BRASILEÑA PRUEBA LA FEIJOADA.

 -¿Y qué onda que sabí tanto voh?

 -Mi vieja es brasileira. Chao flaco, nos vemos.

 Nunca más buzo táctico.