Niño Bueno


Por Andrés







 Eran las siete y media de la tarde, mi vieja y yo íbamos persiguiendo al sol camino a Viña. En el asiento de atrás sonaban dos sixpacks de Heineken en botellines, un Red Label y un Havana Club. En el asiento de adelante sonaban los sollozos de mi mamá, sus suspiros y lamentos. Ella lloraba pero no por culpa mía, y en la volá me sentí mal: esta vez me sentí como se sienten los niños buenos cuando ven llorar a sus viejitas. 

 Me he vuelto un experto cocinando. Una bandeja de brownies perfectos me cuesta media hora. Uso una sola cuchara, un solo bowl y un molde al que le pongo papel aluminio. Mezclo todo con destreza y en un instante estoy cortando el menjunje en cuadritos grandes, generosos, llenos de chocolate y de nueces pecanas y de amor, mayoritariamente de amor. Casi todo el tiempo cocino volado. Casi todo el tiempo me encuentro volado, pero eso para mí me funciona bien: me pongo productivo, me vuelvo responsable, viajo por el universo y de paso se me calman las ansias. La marihuana me ha vuelto una mejor persona. Eso y el hecho de que -ya terminada la terapia con la psicóloga- mi vida cambió para bien, y me encuentro feliz. Voy relajado por el trecho, caminando con tiempo de sobra y con harto ánimo, que eso es de lo mejor.
 Alcohol ya no tomo. O bueno sí, una cerveza de vez en cuando como ahora, mientras escribo esto, pero ya no bebo por el mero hecho de beber. Entre un copete y un caño no hay donde perderse. El caño te lleva por buen camino, el copete no. 

 ¿Qué les puedo decir de mí? bueno, podría decirles muchas cosas. Me faltarían entradas para contar todo, pero quizás ya no tengo el mismo ímpetu de antes para escribir porque ya no tengo pasiones para descargar. Ya no descargo, ahora lo disfruto pa' callao, piolita y sin tanto por qué reclamar. Pero quizás una de las cosas que les puedo contar es que en el amor me he tropezado, pero no me he alcanzado a caer. Ya con la cabeza bien fresca, con la mente bien descansada y la ansiedad a raya gracias a la mota, el amor para mí ha pasado de ser un suplicio a una experiencia. Porsupuesto que me sigo enamorando, pero esta vez disfruto el viaje hasta lo que dure la bencina del encanto mutuo. He tenido amores varios, bien cargados de abrazos y besos y atardeceres de café, libros y marihuana, pero las cosas no han llegado más allá porque estoy bien convencido de que el indicado para mí llegará, pero no aquí ni ahora: vendrá más adelante, aún me faltan muchos lugares para recorrer y el mundo está bien grande. Mientras tanto voy dando rienda suelta a mi coquetería tan linda que he ido sacando desde hace un tiempo hasta ahora, coquetería compuesta de felicidad, marihuana y comida hecha por mí. Por el estómago he conquistado a varios muchachos, espero algún día me conquisten a mí así. 

 Eran las dos de la mañana en punto. Lo recuerdo bien, porque el reloj del auto de mi vieja lo decía. A lo lejos se veía la ciudad, iba manejando en un cerro por un camino bastante bueno. Estaba voladísimo, las tres chiquillas que iban conmigo también lo estaban. Por la radio sonaba un disco de Marc Demarco, el jeep se manejaba solito. Felicidad me sobraba, estaba tan feliz que miré el reloj para acordarme de la hora en la que me declaré pleno. No me faltaba nada, quizás un cigarrillo, pero nada más. Las muchachas me llevaban a un carrete, la entrada estaba a dos lucas. El lugar era perfecto, estaba repleto y la música sonaba rica en toda la parcela. Debajo de unos sauces, sentados en una banca, un cabro que no conocía se sacó un caño. Quemamos, nos presentamos y conversamos un buen rato sobre las políticas de obras públicas. Reímos bastante. 
 A las cuatro de la mañana estaba devuelta en el departamento de mi hermana. Llegué media hora  atrasado. Nadie despertó, nadie escuchó nada. A la mañana siguiente me desperté temprano, la nana entró a mi pieza e hizo el aseo. Mientras la Rosario trabajaba, mi vieja compraba en el supermercado y la nana limpiaba las habitaciones, yo jugué harto tiempo con mi sobrina en la alfombra: la niña está más preciosa que nunca. Ambos estuvimos tocando el piano por un buen rato y en pijamas. Cuando mi hermana llegó y me vio aún sin bañarme, me empezó a gritar. De la nada comenzó a pelear conmigo, después se metió a defenderme mi vieja que recién llegaba.

-Tu hermano se levantó temprano. Me ha ayudado a cuidar a la niña todo el rato.
-Esta es mi casa y acá las reglas las pongo yo. 

 Y mientras le tapaba los oídos a mi sobrina por los gritos que iban y venían, mi hermana empujó a mi vieja y allí la pobre se puso a llorar. Aún no entiendo por qué la Rosario nos echó de la casa. Me vestí como pude, ayudé a mi mamá a ordenar la maleta, agarramos las compras del super y nos fuimos de ahí. En el ascensor mi vieja me abrazó y me mojó todo el hombro con sus lágrimas. En silencio nos subimos al auto, ordené el maletero como pude y partimos. Vagamos un buen rato por el mall, ella en ningún momento se sacó los lentes de sol. Ninguno de los dos quiso almorzar, en vez de eso nos tomamos un café y nos fumamos una cajetilla entera de puchos. Conversamos los dos un buen rato, la escuché de principio a fin. La abracé lo más que pude, se compró una cartera y salimos de ahí. La carretera estaba repleta, con la guata apretá manejé harto kilometraje. Mucha pena me dio descargar las bolsas con comida del maletero. La Pilar lloraba por el teléfono conversando con mi viejo. 
 Del refrigerador saqué un pollito de grano. Lo aliñé con pura sal y pimienta, lo metí al horno. Preparé un arroz con apio, una ensalada de lechugas y una salsa de ajo. En cuarenta minutos tenía la mesa servida, fui a su pieza y la llamé a comer. Mi vieja no tenía mucho ánimo, pero después de comer el alma le volvió al cuerpo. Sonrió un poco y echamos la talla hasta donde pudimos.

 Aún tengo las manos pasadas a lavalozas. Me fumé un caño, ordené un poco la casa y aquí me encuentro ahora. No quise descargar ni mi rabia ni mi sufrimiento. Si estoy escribiendo, es para decirles que ahora soy un niño bueno. Ya no tengo razones para hacer llorar a mi mamá, ya no tengo razones para ponerme triste. La vida ha cambiado tanto: hoy el buen hijo soy yo. 

5 comentarios:

  1. Me alegro... Cuida esto y atesoralo... A veces lo bueno dura poco. De ti depende todo.

    JF
    Loco de Patio

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  2. me encanta leerte con una música tan ad hoc :)

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  3. maravilloso, parece que estás disfrutando tu vida y esta nueva forma de ser. Felicitaciones y los mejores deseos para ti. Es una pena que ya no escribas tanto, eres una de las pocas personas que conozco con una redacción impecable y siempre publicas escritos interesantes de leer y muy bien estructurados, pero saber que estás bien también me pone bien, pues te ganaste un poquito de mi cariño y preocupación a través de tus textos. Ojalá algún día probar aquella mano culinaria que consuela hasta a su propia madre.

    Mucho éxito, Andrés, has dado una vuelta muy larga para llegar a donde estás hoy, y ojalá no pierdas nunca el norte ni el camino que has encontrado. Si lo haces, bueno... ya sabes que estamos aquí para leerte.

    un abrazo, muchacho.

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  4. Andrew, te convertiste en el marido perfecto <3

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  5. Jajajaja siempre me identifico contigo, yo también estoy en la pará de "buena hija"
    Saludos anita

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