Ying y Yang

Por Andrés

 En la mente tengo aún fresca su expresión corporal completamente descontrolada. Me tenía encima penetrándole con fuerzas, él gemía y se desesperaba, no supe bien si de placer o de dolor. Le puse harta atención a lo que hacía, al movimiento repetitivo y violento le metí exactitud y consideración.  Llevábamos algo así de hora y media tirando sin pausa alguna, su cuerpo entero se movía a mi voluntad. Hice y deshice con él cuantas veces quise, cuando le estiré el ojete y se la metí hasta el fondo, literalmente le partí el culo. Acabamos dos veces, las dos veces mirándonos a los ojos. Si hubiera tenido más condones hubiésemos seguido follando la noche entera. Pero al menos me tiene tranquilo que no será la última vez que nos veremos porque seguimos coqueteándonos por Whatsapp y ya tenemos planificada una nueva cita: Algo me dice que a ese moreno le gustó el sexo brutal conmigo. Algo me dice que a ese tipo lo volví loco. 

 Culpo a la luna llena por todo lo que pasó y lo que me está pasando. Culpo a la luna llena por ese desliz del lunes pasado con un muchacho Viñamarino que conocí hace unos años atrás. Mi organismo -mi piel- exuda un poco de la testosterona, de la pasión y del sexo, del deseo, del descontrol y del ímpetu poderoso que recorre mis venas y que se apodera de mi alma. Todo bien con el Kundalini Yoga, con las respiraciones de fuego, con la meditación, con la terapia, con la psicóloga y con las pastillas. Todo bien con todo eso, todo bien con la marihuana incluso, pero no puedo negar lo que mi ser me exige con ansias: sexo y más sexo. 

 Miro mis manos vacías y me las imagino empuñando con fuerza a unas caderas ajenas que se quieren dejar llevar por mi swing. Voy al baño, me miro el pene y me da pena que mi pene y yo nos estemos perdiendo encerrados en ningún lugar. A veces se me olvida que también soy animal. Mientras hoy en la mañana preparaba un arroz graneado para el almuerzo, acá en el departamento de mi hermana, pensaba profundamente que si yo uniera mi vida sexual con mi vida afectiva sería el hombre más feliz de toda esta puta ciudad. Lo pensaba, con las manos pasadas a ajo, mientras sofreía arroz desde un minarete elevado de la capital, como todo un dueño de casa. No solamente soy un weón caliente y morboso, también soy un muchacho dulce y considerado que solo busca un poquito de felicidad con alguien más. 

 Se suponía que a principios de junio iba a ir a Concepción a un congreso. Se suponía, porque luego de una grave pelea con mis viejos que concluyó en una seca cachetada propinada por mi madre, la ida al congreso para mí funó. Aún así me imaginé esa semana en Concepción -ciudad que conozco poco- y de puro ocioso me hice un Manhunt falso, para poder ver de qué me perdía. Un muchacho de ojos profundos, barba adolescente y piel clara como una taza de porcelana estaba ahí, sin pretensiones ni intenciones. Le hablé, porque era guapo. Hablamos, hablamos y seguimos hablando. Me gustó conversar con él porque era dulce y tierno y normal. Para este momento de mi vida, en el que me tengo que alejar del ambiente oscuro y húmedo del sexo, él surgió como un buen pasatiempo sin sesgos sexuales. Él, un muchacho dulce que todo tipo quisiera conocer ¿Cómo podía hablar con él de sexo, si en casi todas sus fotos él sale abrazado a su perro, cuál de los dos más tierno y más inocente? Pero la luna y su influencia inició la conversación que no se debía haber iniciado, y no me costó mucho para que a mi celular llegaran fotos de él sin su perro y sin su inocencia. Ayer en la noche no pude dormir bien de lo inquieto que estaba: después de que le di mi blog, él me contó su pasado que -rayos- es más intenso, más pasional, más oscuro y más húmedo que el mío. Si tan solo su pasado me perteneciera, podría contárselo a ustedes y de verdad este blog tendría algo de sazón. Pero ni su pasado ni él me pertenecen, así que no les puedo contar nada. Puedo conformarme con decirles que aquella noche me retorcí en la cama de pura pasión y desesperación. Con sus increíbles fotos me masturbé tres veces seguidas. Quisiera tenerle en frente no sé si para cocinarle, o para penetrarle. Si escribo esta entrada es porque de alguna u otra forma debo distraer mi mente de él, de su cuerpo perfecto, de su culo perfecto, de su mirada y de su inocencia que me habla con sinceridad sobre cosas dulces de la vida. Nunca nos hemos conocido en persona, no sé si alguna vez logremos conocernos.

Tengo dos sentimientos profundos que pelean en el interior de mi ser. Sonará a cliché, pero el deseo y la dulzura -como agua y fuego- discuten con violencia dentro de mi alma. Ya no hay meditación ni pastillas ni terapia que me ayuden. Él tampoco ayuda mucho a calmar esta pelea: si bien, hasta el momento, él es todo lo que busco, nada de esto es real. Tristemente dudo mucho que alguna vez concretemos algo los dos.

Las distancias y las implicancias  pesan mucho. Sería muy difícil explicarlo.

Solo soy yo enrollándome de nuevo.

Sigo enrrollándome como siempre. No me hagan caso. No hagan caso de nada de lo que escribí. 

Una nueva imagen de él me llegó al Whatsapp.