Farewell, Segunda Parte: Costillas Propias

Por Andrés







Aun recuerdo ese día raro. Era un martes de junio del 2014, estaba terminando el semestre. Para el jueves de esa misma semana tenía que entregar un trabajo de fotografía para la universidad así que salí con la cámara en la mochila, marihuana, un perfume y condones, por si terminaba la noche encamado por ahí con alguien para pasar el tiempo. Total tenía dos tardes para editar las fotos y no tenía otros compromisos así que me relajé y la pasé bien. Recuerdo no haber almorzado, después de clases me fui al parque de la universidad a buscar a alguien que me acompañara a fumar. Recuerdo haberme encontrado con el niño más guapo de la facultad, al que le llovían las minas, pero que no conocía ni de nombre. Fumamos juntos, le saqué una foto y después de una conversación trivial me paró en seco con un llanto que jamás comprendí: La Damarys, una galla x, no le daba la pasada y él sufría de amor por ella. Después de todo no era tan rico el weón.

Pasé toda la tarde sacando fotos de rincones y gente rara de la ciudad. Estaba cansado, no sé si por las fotos, o la gente o por mis demonios que ocupaban una parcela grande en mi mente, dopada y violada por la marihuana y la falta de sueño. También me faltaban agallas, aunque también me sobraba comodidad. Hasta ese momento ni mis padres ni mis amigos sabían que era gay, llevaba algo así de 21 años intentando ocultar una declaración que hubiese cambiado mi mundo, mi alrededor, de una manera radical. En aquel entonces no sabía cómo defenderme ante un eventual rechazo, estaba acostumbrado a la mesada, al auto sexy con el estanque lleno, la nana que me hacía la cama, al amor condicional de los amigos y la felicidad convertida en una burbuja de jabón. Mi mundo era pequeño y con ello mi visión también, no podía ver más alla desde el asiento de conductor de un 4x4 que me llevaba a pecar a todas partes, pero que me devolvía siempre al mismo punto. Estaba vacío, no sabía por qué.

Había acertado con los condones y el perfume, porque en la madrugada terminé por allá bien lejos de mi casa en la cama de un weón. A él lo recuerdo muy bien, no por el sexo ni por lo guapo, porque el tipo era horrible y tenía el pene más pequeño que vi en mi vida. Me acuerdo de él porque sin conocerme mucho, fue el único que me dijo las cosas tal y como eran. Llevaba 5 años de mi vida tratando de desahogar mi soledad con sexo y morbo descontrolado con hombres desconocidos. La pasé bien, aprendí mucho, pero aquello no es bueno y sano para nadie, menos aún para un pendejo inocente. Agradezco a Alá que no me hicieron nada malo, que no terminé infectado ni muerto en algún río por ahí, porque pudo pasar. Era loco, suelto, indecente, sensual y promiscuo pero no un mal niño, sigo siendo un buen muchacho hasta el día de hoy.

Se llamaba Omar, 26 años. Tenía los ojos verdes, alto, se quedaba corto en mandíbula. Era el estereotipo del basketbolista, nigga suburbano y bueno para escuchar reggaetón. No se le notaba lo maricón, pero sí demostraba odio hacia todo, lo noté en su cara cuando me vio llegar en el jeep. Era un barrio humilde, la casa olía a comida añeja y las cosas que habían adentro se veían baratas. Me hizo pasar a su pieza a escuchar reggae, yo me saqué los caños. No paraba de hablar sobre la pega, vendía celulares y le caía mal la jefa. Hablaba del odio a la rutina, de la lata de trabajar, de weás pencas. Yo también empecé a hablar sobre lo que me tenía chato, de mis padres, de la u, de la vida. 

-A tí te falta calle, pendejo- me interrumpió en mala mientras le hablaba sobre mis viejos. 
-No perro, me sobra- le contesté haciéndome el choro, me cagó igual.
-No weón, porque estay llorando de lleno. Tenís todo y querí más. Es porque te han regalado todo en la vida, todo te sale gratis y estay reclamando igual
-Cállate weón, ni me conoces- en realidad me había descrito bien. 

Algo pasó en mí en ese momento. Algo raro, porque el weón me insultó hasta emputecerse, hasta que se puso rojo, pero todo me hacía sentido. Tenía razón, me debió haber importado muy poco lo que me decía, pero tenía razón, tanta que terminamos follando igual. Después de todo le gané la pelea porque al momento de sacarme la ropa el que estaba mejor dotado de los dos era yo, por mucho. Recuerdo devolverme a casa manejando con la música a todo volumen. No estaba tranquilo, pero tenía la mente más clara. Ahí, en ese momento, comenzó una nueva etapa en mi vida que sigue hasta el día de hoy. 

Dos años pasaron y cambió todo. Ya no tengo el auto, ni vivo con mis padres. Soy un niño pobre que va a la universidad de lunes a viernes y que trabaja los fines de semana (ahora mismo les redacto esto mientras atiendo clientes en una atienda adentro de un mall). Tengo 1000 problemas y responsabilidades y muy pocas soluciones. Nadie me lava la ropa, nadie me hace la cama y hay días en que tengo que irme caminando a clases porque no tengo plata para la micro. No me alcanza el sueldo ni siquiera para empezar el mes pero de todas formas me siento feliz, porque todo lo que tengo es mío, por las noches llego a un hogar de amor donde me espera mi pololo, donde no peleamos ni sufrimos por tonteras. Con Joseph llevamos un año viviendo juntos, saliendo adelante a punta de trabajo y sacrificios. Aprendí que la felicidad no se compone de cosas sino que de momentos, de sencillez y de amor. Cómo quisiera abrir el refrigerador y sacar el yogurt que yo quiera, comprarme un nuevo par de zapatillas, tener tiempo para dormir más y viajar más, pero después me doy cuenta que eso lo puedo lograr yo mismo, pero con tiempo, sin tener que humillarme ni ocultar lo obvio. Al final se me pasa y soy feliz con lo que tengo igual. Aprendí a vivir con poco y es genial.

Quizás Omar no se supo expresar bien, a oídos ajenos sus palabras hubiesen sonado a insultos, a mí me pareció como un llamado sincero para encontrar la libertad. La libertad es esto, sufrir y salir adelante pero a costillas propias.



Adiós amigos, gracias por acompañarme por los caminos del infierno. Si no me perdì en ellos fue por la ayuda de ustedes. No olviden que todo puede estar mejor, que si hoy lloras mañana reirás, porque todo es temporal. Nunca dejen de ser ustedes mismos, porque el amor verdadero es siempre el propio.

Hasta siempre.


ANDRÉS OSSANDÓN.-

2 comentarios:

  1. Que extraño, una parte de mi se puso feliz y otra triste por leer esto. Felicidades por tu nueva vida y mucho éxito en lo que venga. Si algún día quieres volver a escribir recuerda que aquí tienes un lector fiel.
    Un gran abrazo y gracias por el blog!!

    Santiaguino

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  2. Wow. Aprendiste algo. Me alegro que no terminaras bajo un puente o muerto por VHB abandonado a tu suerte en este rato que no aparecías. Me alegro que aprendieras eso. Otros ni a palos aprendemos.
    Vivir con poco es lo mejor.
    Un abrazo y éxito.

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    Juanito Peréz

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