Por Andrés
Me desperté con esa sensación de vértigo en el pecho que se siente cuando va aterrizando un avión. El cobertor blanco, las paredes blancas, el sol naranja de un sábado al medio día por la ventana. No tenía caña, no sabía nada de nada, mamá lloraba y no sabía por qué me abrazaba tanto. No sabía por qué lloraba. Desperté en la pieza de invitados. Me desperté por el calor insoportable del calientacamas a máxima potencia. Caminé hacia el baño en calzoncillos y polera, una fresca mancha café tapaba su estampado. Mamá siguió llorando, me abrazaba y me mojaba el hombro con su llanto.
Tres meses llevo de terapia. Hace tres meses que no escribía. No escribía no porque no quisiera sino que porque no tenía nada por qué escribir. Ya no me acongojo tanto y quizás por eso no escribo. O quizás no escribo porque todo lo que me acongoja se lo digo a mi terapeuta.
Miércoles 18:30, todas las semanas, sagrado en su consulta me siento a conversar con ella. Detrás de su asiento, un cuadro naíf de unos palafitos mal pintados trozos de diario pegados encima. Arte no es, quizás de compromiso está ahí ese cuadro porque de que es horrible es horrible y creo a nadie se le ocurriría poner aquel cuadro ahí si no fuera por compromiso. Alguna amiga hippienta que se lo regaló no sé, no tengo idea. Ya estoy acostumbrado a ese cuadro y cuando pienso en todo lo que me acongoja veo ese cuadro y le hablo, y ella me escucha, y me responde. Me voy sanando de a poco.
Trastorno Obsesivo Compulsivo es lo que tengo. No lo dice solo ella sino que también mi psiquiatra y mi hermana. Nunca creí que lo tuviera, pero cuando me fueron explicando lo que implica esta enfermedad me di cuenta que era verdad todo lo que me decían ellas.
Desde chico he ido cultivando ciertas obsesiones que me alivian las angustias. Recuerdo de pendejo, creo en tercero básico, no pisaba las líneas de las cerámicas. Ya un poco más adolescente me obsesioné con mis dientes al punto que cargaba para todas partes con el cepillo y pasta, chicles Orbit y enjuague. Cigarrillos, pelo, dicción, peso, todo en un espiral de obsesiones relativamente benigno que más que dañarme, me hacían la vida un poco más difícil, nada patológico por el momento.
Pero mi vida se quebró en el punto exacto cuando por primera vez entré a la internet buscando sexo, y lo encontré. De ahí aquella obsesión húmeda, caliente y aromática de cuerpos pegajosos, abiertos y sedientos no me soltó y me convirtió en su esclavo. Mi mente, mi organismo se fue volviendo adicto al sexo violento, pecaminoso y prohibido, decadente y triste, flagelante y autodestructivo. Caminé por la senda del VIH, de la soledad, del peligro morboso de caer en las garras equivocadas. Miro hacia atrás y no puedo creer lo que alguna vez hice, lo que alguna vez rogué y todo lo que perdí por la compulsión y la obsesión. Durante esos años mi vida cayó al vacío y ahí permaneció, descendiendo sin control hasta el inframundo oscuro de todo lo malo que el universo tenía para ofrecerme a mí. Con el sexo cochino, anónimo y morboso traté de hallar la seguridad y la tranquilidad. Mi cuerpo me pedía calma y yo solo podía satisfacerlo con lo que creía podía ayudar. 5 años con el trastorno obsesivo compulsivo más heavy que un pendejo, que un ser humano podía llevar a cuestas. La psiquiatra y la terapeuta aún no se explican por qué no me volví loco con tanta weá junta que viví. No puedo negar lo que viví, ustedes no pueden negar lo que les relaté. Mi alma decadente les contó durante estos años todo lo que viví, sufrí y disfruté falsamente gracias al mundo sórdido del Manhunt y el Gaychat. Tres meses que no tengo nada que contarles: llevo tres meses sin caer en las garras del sexo anónimo y sin sentido. Llevo tres meses limpio.
Mis demonios los he ido matando. Mi miedo irracional a que se supiera mi homosexualidad se me fue a la mierda, creo que fue lo primero que se murió cuando empecé la terapia. Hoy, a quién pille por delante, le cuento que soy gay y la weá queda ahí. Quizás a algunos les impresionó un poco porque no se lo esperaron de mí, pero solamente quedó en eso y la vida continúa como siempre. Eso sí, mis viejos serán los últimos en enterarse.
Hoy miro hacia el frente y trato de visualizar mi vida. Me veo con un pololo, me veo cocinándole, dedicándole canciones, me veo amando a alguien, enamorándome. Al día de hoy abrigo esperanzas de una vida mejor para mí: al final de cuentas me lo merezco, me he convencido de que soy un weón que vale más que un orgasmo sin sentido por ahí, en algún rincón oscuro de la ciudad. Ya no pienso tanto en sexo, creo que me he vuelto anticuado porque ya no quiero recorrer las yemas de mis dedos en algún cuerpo extraño de un weón del que nisiquiera me sé el nombre. Aunque suene más mamón que la mierda, hoy quiero amar a alguien y el sexo es la última weá que quiero de alguien.
Soy un buen partido, eso no lo niego, simplemente hay que darle tiempo al tiempo porque en algún momento de mi vida llegará la persona indicada para mí y ya no me sentiré tan solo como para recaer en el espiral decadente y sórdido del sexo sin sentido. Puedo aseverar que todo va cambiando.
Aquel viernes por la noche salí a vagar por la ciudad con un muchacho que también es gay. A él lo conocí en circunstancias extrañas, es amigo de varios tipos de mi carrera. En realidad no siento nada por él, pero me sentí lleno al darme cuenta que ya no lo vi como un culo destrozable sino que lo vi como un amigo. Fuimos a fumarnos un caño al mismo mirador al que me llevaba tipos para follar. Ahí dejamos la noche pasar entre risas y música. Ya en casa volado, una gran amiga a la que quiero mucho me fue a visitar. En el jolgorio de la junta me dejé llevar por el alcohol y la marihuana. Ella me dijo que nos fuéramos a dormir, no le hice caso y me quedé tomando y fumando yerba en solitario hasta que desperté en la pieza de invitados no sé cómo.
Horas antes, a las nueve de la mañana, mi vieja me encontró en la mesa de la cocina inconsciente, con la boca llena de vómito. Mi vieja y mi amiga, entre las dos, me trataron de despertar pero no podían, según ellas estaba blanco y de mi rostro solo se diferenciaban los puntos negros y las cejas. No tenía pulso, no podía reaccionar. Ambas me relataron por separado que lloraron desesperadas porque pensaron que había muerto. Pero no morí. De un momento a otro convulsioné, vomité y seguí vomitando vodka y Chocapic a medio mascar. Respiraba apenas. Mi vieja no pudo llevarme a la clínica porque estaba histérica, solo atinó a acostarme en la pieza de invitados y llorar al lado mío hasta que desperté.
Quizás la vida me está dando una segunda oportunidad. Quizás en un universo paralelo morí años atrás aún pendejo en las manos de un tipo con el que se suponía me juntaría a follar. En otro quizás me pegué el VIH. Quizás en un universo paralelo ideal nunca alcancé a conocer el sexo anónimo por internet. Quién sabe si quizás morí de una sobredosis de marihuana y alcohol en aquella madrugada del 31 de mayo. Lo único que sé, es que de nada me sirve atormentarme por lo que me pudo pasar: mi vida se reinició y todo lo que hice quedó atrás. No quiero volver a atrás. Nunca más volveré a atrás.


