fiestas

Por Andrés

 Desde que tengo uso de razón, jamás he pasado ni navidad ni año nuevo en Viña del Mar. En estas fechas todo el mundo habla de pasar Noche Vieja en la playa esperando los fuegos artificiales y yo ahí, de espectador como si fuera algo alejado a mí, a pesar de ser Viñamarino. Nunca he pasado una fiesta de fin de año en mi casa porque las paso en la casa de mis abuelos maternos, los abuelos más bacanes del mundo, que viven en Ciudad Abuelos (ya les revelé una vez que Ciudad Huaso era Rancagua, pero esta vez no les diré cuál es Ciudad Abuelos).

 Ayer sábado en la mañana nos despertamos temprano, fuimos al Jumbo a comprar las cositas de la cena navideña y nos fuimos en caravana a Ciudad Abuelos: mis viejos en el jeep de mi papá, yo en el auto nuevo de mi vieja (quizo llevarlo para mostrarlo a la familia). Almorzamos en el camino, nos dimos un break de tres horas y seguimos camino. Manejé varias horas: mis viejos adelante mío y yo atrás, en el auto nuevo con olor a nuevo y haciéndole cagar los parlantes con mi música a todo volumen. La carretera despejada, tarde soleada y tranquila. El paisaje se veía bucólico, pasamos por un largo campo de trigo que se ondeaba bonitamente con el viento. De un momento a otro me acordé de mi ex polola: quizás ella la estaba pasando mal. En realidad puedo aseverar que terminó mal después de que terminamos, porque terminé yo con ella. Debo reconocer que soy un conchesumadre con todas las letras, porque no es la primera vez que hago sufrir a alguien con el pololeo: confieso que ser bisexual es facilísimo estando soltero, eso de disfrutar el sexo con el mundo entero es sencillo, pero complicado estando emparejado. Una vez hace varios años atrás pololié con un hombre al que dejé mal por la inseguridad de no saber qué quería. Esta vez terminé con ella por lo mismo: yo invicto con mis dudas traspasadas a otra persona. Mientras manejaba a 120 por la carretera, paisaje bucólico y weás, ella mordiéndose las uñas de rabia y llorando de pena. Pero ya estaba todo hecho, las cosas poco dichas, y ella amándome hasta en mi estado dudoso de mierda. 

 Ciudad Abuelo nos esperaba con un atardecer delicioso: Acá en esta ciudad-pueblo siempre hace calor, pero la casa de mis tatas es fresca, es un paraíso alejado del tiempo, del ruido y de los problemas. Mi abuelo con la sonrisa grande, sus dientes anchos, alto e imponente, cabello plateado, siempre relajado, esperándonos en la puerta. Abuelo es grandioso, brasileño de tomo y lomo, con un vocabulario tan amplio, nos recibió con una jarra grande de Pimm's, su trago favorito que lleva de todo hasta pepinos en rodajas, ni se percató del auto nuevo de su hija (en realidad a él la plata le ha dado lo mismo porque siempre ha sido un hippie letrado). Abuela con un delantal puesto y pasada a comida, alegre como siempre, una bandeja llena de cositas para picar. Mamá feliz, papá feliz, yo feliz. Timbre y a la puerta mi hermana, su marido y mi hermano que llegaron casi con nosotros desde Santiago. El Pimm's nos dejó algo aturdidos a todos, un disco de bossa nova de fondo, cigarrillos, el sol escondiéndose mientras estábamos los ocho sentados en la terraza, olvidándonos de todo, bajo un parrón generoso. 

 Alejarse del ruido de Viña no es un lujo para nosotros. Son las 7 de la tarde del 23 de diciembre, y mientras los malls están llenos de gente vuelta loca comprando regalos, mis viejos, mis abuelos, mi hermana y su marido duermen siesta, mi hermano se baña en la piscina y yo les escribo con una Heineken desde la terraza. Por algunos días me olvidaré del sexo, de las ETS, de las ex, del amor, del odio y del estrés.

 Felices fiestas.