Patético

Por Andrés

Póngale usted la canción que crea más ad hoc a esta entrada, yo no tengo ánimos.

 Chloe llega al departamento la mañana después de una larga noche de carrete. "Una noche dura llena de malas decisiones" exclama mientras se tira en el sofá, tratando de aliviar la resaca. Ayer en la noche llegué a la casa en silencio y me acordé de esa escena de Apartment 23: en parte sabía bien que apenas llegase a mi pieza me tiraría en la cama y me exclamaría a mí mismo la misma expresión. Me quedé dormido de inmediato.

 Después de semanas plagadas de varios mensajes de texto comprometedores, de llamadas ebrias en la madrugada, de unos melosos "quiero tenerte a mi lado pronto", ayer en la noche -bien curaos, bien calientes- mientras le besaba en una esquina oscura de la ciudad le dije que le amaba. Era imposible no decírselo, era inminente. Aunque estaba contento de decírselo, le pedí que se sentara en el suelo conmigo para conversar. Le quise pedir que no me amara, porque sufriría. Él me dijo que no me haría caso, que no podía exigirle que no me amara porque para él yo era perfecto, quería amarme.

 Le conté todo, le conté absolutamente todo. Si estaba tan sincero como para decirle "te amo", al menos debía contarle todo. Le expliqué mi estado mental, mi estado sexual, el haber tirado con el asiático, el blog, que estoy cagado de la cabeza. Le dije todo y asintió. Me dijo que no le importaba mi pasado, le traté de dejar bien en claro que no era un pasado sino que un presente. No me entendió mucho, pero aún así se las arregló para calmarme. Me calmó, no me acuerdo lo que me dijo pero me dejó tan contento que casi como un hipo le dije "pololiemos". Nos besamos por horas afuera de una iglesia Adventista. Pasaban autos, personas, flaytes, prostitutas, pasó mucha gente por al lado y nosotros nos besábamos como si nada. 6 de la mañana, seguíamos besándonos. Él y yo nos alegramos porque pasaríamos un 14 de febrero juntos.

 Hay visitas en esta casa. De Concepción llegó una amiga de la familia con su hijo, Franco. Prácticamente crecí con el Franco, tenemos la misma edad y en Santiago vivíamos relativamente cerca. Recuerdo que cuando éramos chicos -y su papá aún vivía- su familia tenía mucha plata en comparación a la nuestra. Por esos años mi viejo recién estaba terminando sus estudios, mi vieja trabajaba vendiendo seguros y en la casa sobrevivíamos con lo justo. A mis hermanos nos encantaba ir los viernes por la noche a la casa de aquella familia porque hacían asado, los adultos eran felices, la Rosario se sentaba a ver el MTV con el hermano mayor del Franco (que era y sigue siendo mino) y yo y mi hermano la pasábamos la raja jugando Super Nintendo. Pero todo tiempo pasado fue mejor, el patriarca de aquella familia murió, la mamá del Franco quedó viuda y pobre, debiéndose devolver a vivir a Concepción con sus padres. Después de años nos vinimos a reencontrar ayer, cuando con mi vieja los pasamos a buscar al terminal de buses. Ya nada es como antes, la vida ha cambiado. Si bien tenemos la misma edad, el Franco parece haberse quedado pegado en los 12 años. Si otrora la mamá de mi amigo hablaba temas típicos de una pareja exitosa, hoy habla de tristeza, problemas y aprietos económicos. 

 Mi mamá los pasó a dejar en la tarde a la playa y me quedé solo en la casa. A él lo llamé por teléfono, lo invité a la casa para que viniera a "regalonear". Nos encerramos en mi pieza a ver Un Show Más mientras yacíamos abrazados. Un buen rato estuvimos así, estaba muy contento de que por fin, después de muchas semanas sin vernos, pudiesemos estar juntos y solos. Traté de echar a correr mi imaginación, lo empecé a desvestir porque quería sentirle, quería que me sintiera. Tenía muchas ganas de recorrer su cuerpo con las yemas de mis dedos, que me besara, que me bajara los pantalones y me hubiese echo sentir deseado. Quería que me deseara, no me deseó.

 Me sentí patético al estar frente a él, desnudo y necesitado pidiéndole que me tocase. Me dijo que no quería, que él había venido a "regalonear" conmigo, a nada más. Me sentí más patético cuando hizo caso omiso después de que le miré a los ojos y le rogué que me tocara, de pedirle un orgasmo, después de decirle que quería tener por primera vez un orgasmo significativo. Era mi pololo, estábamos solos un 14 de febrero, el momento era romántico, quería ser feliz con él, él no quería nada... quería "regalonear". Me sentí tan vacío y tan despreciado, desnudo y vulnerable rogando por sexo. Me sentí como Leo Macías, la protagonista de La Flor de Mi Secreto de P. Almodóvar, pidiendo ser carne amable. En pelotas frente a él, me entregué en totalidad. Hice algo que no hago generalmente, me saqué esa coraza de mierda que siempre uso y me entregué, me entregué entero a él por la mierda y me rechazó. 

 Derrotado, echo mierda. Estaba vistiéndome y me sentí echo mierda. Me sentí más mierda que cuando tengo sexo sin sentido. Me sentí mierda mierda. Tenía ganas de llorar. Me sentí bueno para nada.  Bajé solo a la cocina, abrí un paquete de café que compré en Rio y en la cafetera preparé café tan solo para mí. Al rato llegó él, mientras me servía una taza se para al frente mío y me mira haciéndose el lindo. Fui tan penca con el weón, ni siquiera me acuerdo qué mierda le dije, pero le dije tantas cosas tan bien dichas que cuando terminé de hablarle y de tomarme el café, quiso abrazarme para pedirme perdón. 

-¿Me escuchaste o no me escuchaste?- le dije, mientras me lo sacaba de encima. Subí a mi pieza, agarré su mochila, bajé, se la entregué y le dije que se fuera. 

 Mientras caminábamos hacia el portón me pasó una carta de San Valentín que me había escrito en su casa. No le dije nada. Cuando cruzó el portal hacia la calle no me pude contener, le llamé desesperado y le dije

-No me vuelvas a llamar.